jueves, 31 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.7

     Corrí tanto que las lágrimas se me secaron al viento y la cara tan solo la tenía roja por el cansancio. Me senté en el sofá. Quería pensar en algo, en algo bueno y agradable, pero en mi cabeza solo sonaba el vacío de una película sin sonido. "¡Y menos mal que no tiene sonido!", suspiré. Me imaginé su banda sonora. El canto de los pájaros de fondo, un par de grillos y el suave aleteo de aquellas alas azules que comían sin cesar aquella margarita. Alcé la vista y ahí seguía la televisión rota. Y recordé detalladamente todo el tiempo desde que habían demolido el cine. Se me pasaron por la cabeza unas cuantas palabras fugaces que intenté evitar. No las quería admitir. Locura, demencia, obsesión y algunos sinónimos más que agitaban mi mente con fuerza. Fugaces. Aquella medida de tiempo que quizás me cambió aquellas dos semanas. Y como si mis pensamientos fuesen como estrellitas, estrellitas fugaces, los cogí con las manos. Los detuve. Necesitaba admitirlo. "Obsesión". Tenía que volver a ser yo.

     Dormí tranquila aquella noche. Aunque me agarré a las sábanas con muchas fuerzas para no dejar que aquella obsesión me atrapase. Al despertar de nuevo cogí  la dichosa película y saqué todas sus diapositivas. A través de la luz podía ver a la mariposa y a su margarita. Las separé una por una y las pegué en la ventana. Como las diapositivas estaban pintadas a mano mi habitación se llenó de colores con el paso del sol a través de ellas. Mientras la luz me teñía con esos colores me miré al espejo. Estaba llena de colores, al igual que después de una tormenta aparece el arco-iris cuando sale el Sol. Y lo vi, vi ese Sol en mí.

     Lo primero que hice ese día fue ir a la peluquería. Quería olvidar aquel pelo morado y aquellos mechones mal escalonados. Y sobretodo quería olvidar porque lo hice, aunque creo que ni yo lo sabía. Al verme entrar la peluquera me miró como si fuese un muerto. Vio mi peinado y puso cara de querer llamar 112. A pesar del susto que se llevó me acomodó amablemente en una butaca y me preguntó que quería hacerme. le dije que quería deshacerme de aquel color tan extravagante y teñírmelo a un color castaño oscuro  que quedase brillante y natural. "¿Y quieres cortártelo?". La peluquera me puse una especia de cara de cachorro como si estuviese dispuesta a hacérmelo gratis tan solo por arreglarme el pelo. Le dije que sí, que me igualase todos los mechones aunque la melena se quedase muy corta. Me di cuenta que ya llevaba las tijeras y el peine en la mano, realmente deseaba hacerlo. Cuando terminó conmigo (más bien con mi pasado) me miré al espejo y aunque yo nunca he sido de llevar pelo corto puedo decir que me encontré hasta guapa y me sentí bien. La peluquera, muy satisfecha se fijó en mi piel reseca y me recomendó una crema que vendían en un herbolario dos calles más abajo. Le di la gracias y ella me descontó un 25% del precio total. "Gracias a ti".

     Me fui mirándome en el reflejo del escaparate. Me vi guapa y sonreí. La asustadiza peluquera me convenció de ir al herbolario por el buen trabajo que había hecho. Así que baje las dos calles. Dos calles muy largas. Cuando entré me pareció un sitio precioso olía a sano y estaba amueblado con muebles vintage. Al oir mis pasos salió al mostrador una viejecita que tenía cara de ser tan honrada que me recordaba a la madre Teresa de Calcuta. Me remangué la manga de mi camiseta todo lo que pude y la mujer cuando vio mi brazo fue directa a buscar infusiones, cremas, pastillas y demás. Me pregunté como se me había puesto toda la piel así y le dije que el gel me provocó una reacción alérgica. Le mentí. Lo cogí todo y le di mil gracias.

     "Le he mentido a esa mujer". No podía parar de pensarlo mientras bajaba esas dos calles larguísimas. Pensaba que tenía demasiadas alergias falsas. Se me pasó por la cabeza que sentía vergüenza. Vergüenza de mi relación con los pensamientos y vergüenza de mi relación con los baños demasiado perfumados.

     Al cabo del tiempo mi piel volvió a ser fina, casi como la de un bebé. Tumbada en la cama me tocaba los brazos y era como tocar seda. El cielo estaba nublado y las diapositivas iluminaban mi habitación en blanco y negro. "He sacrificado tanto para llegar hasta aquí, con un pelo bonito y una piel de photoshop, teniéndole alergia a todo. Teniendo miedo. ¿Pero que es ese miedo? ¿De dónde viene?". Cerré los ojos y pensé en algo bonito. En mi primer beso en aquel cine en el que pegamos en la butaca de en frente empalagosos y asquerosos chicles formando un corazón. ¿Y de todo que quedaba? Un círculo en los cimientos de algo nuevo. Un círculo sin título.



   

     

1 comentario:

  1. Es fascinant levolucio d pensaments d maia!!!! Eres una gran escritora Irene i TU POTS!!!!!
    ISABEL

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