jueves, 31 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.7

     Corrí tanto que las lágrimas se me secaron al viento y la cara tan solo la tenía roja por el cansancio. Me senté en el sofá. Quería pensar en algo, en algo bueno y agradable, pero en mi cabeza solo sonaba el vacío de una película sin sonido. "¡Y menos mal que no tiene sonido!", suspiré. Me imaginé su banda sonora. El canto de los pájaros de fondo, un par de grillos y el suave aleteo de aquellas alas azules que comían sin cesar aquella margarita. Alcé la vista y ahí seguía la televisión rota. Y recordé detalladamente todo el tiempo desde que habían demolido el cine. Se me pasaron por la cabeza unas cuantas palabras fugaces que intenté evitar. No las quería admitir. Locura, demencia, obsesión y algunos sinónimos más que agitaban mi mente con fuerza. Fugaces. Aquella medida de tiempo que quizás me cambió aquellas dos semanas. Y como si mis pensamientos fuesen como estrellitas, estrellitas fugaces, los cogí con las manos. Los detuve. Necesitaba admitirlo. "Obsesión". Tenía que volver a ser yo.

     Dormí tranquila aquella noche. Aunque me agarré a las sábanas con muchas fuerzas para no dejar que aquella obsesión me atrapase. Al despertar de nuevo cogí  la dichosa película y saqué todas sus diapositivas. A través de la luz podía ver a la mariposa y a su margarita. Las separé una por una y las pegué en la ventana. Como las diapositivas estaban pintadas a mano mi habitación se llenó de colores con el paso del sol a través de ellas. Mientras la luz me teñía con esos colores me miré al espejo. Estaba llena de colores, al igual que después de una tormenta aparece el arco-iris cuando sale el Sol. Y lo vi, vi ese Sol en mí.

     Lo primero que hice ese día fue ir a la peluquería. Quería olvidar aquel pelo morado y aquellos mechones mal escalonados. Y sobretodo quería olvidar porque lo hice, aunque creo que ni yo lo sabía. Al verme entrar la peluquera me miró como si fuese un muerto. Vio mi peinado y puso cara de querer llamar 112. A pesar del susto que se llevó me acomodó amablemente en una butaca y me preguntó que quería hacerme. le dije que quería deshacerme de aquel color tan extravagante y teñírmelo a un color castaño oscuro  que quedase brillante y natural. "¿Y quieres cortártelo?". La peluquera me puse una especia de cara de cachorro como si estuviese dispuesta a hacérmelo gratis tan solo por arreglarme el pelo. Le dije que sí, que me igualase todos los mechones aunque la melena se quedase muy corta. Me di cuenta que ya llevaba las tijeras y el peine en la mano, realmente deseaba hacerlo. Cuando terminó conmigo (más bien con mi pasado) me miré al espejo y aunque yo nunca he sido de llevar pelo corto puedo decir que me encontré hasta guapa y me sentí bien. La peluquera, muy satisfecha se fijó en mi piel reseca y me recomendó una crema que vendían en un herbolario dos calles más abajo. Le di la gracias y ella me descontó un 25% del precio total. "Gracias a ti".

     Me fui mirándome en el reflejo del escaparate. Me vi guapa y sonreí. La asustadiza peluquera me convenció de ir al herbolario por el buen trabajo que había hecho. Así que baje las dos calles. Dos calles muy largas. Cuando entré me pareció un sitio precioso olía a sano y estaba amueblado con muebles vintage. Al oir mis pasos salió al mostrador una viejecita que tenía cara de ser tan honrada que me recordaba a la madre Teresa de Calcuta. Me remangué la manga de mi camiseta todo lo que pude y la mujer cuando vio mi brazo fue directa a buscar infusiones, cremas, pastillas y demás. Me pregunté como se me había puesto toda la piel así y le dije que el gel me provocó una reacción alérgica. Le mentí. Lo cogí todo y le di mil gracias.

     "Le he mentido a esa mujer". No podía parar de pensarlo mientras bajaba esas dos calles larguísimas. Pensaba que tenía demasiadas alergias falsas. Se me pasó por la cabeza que sentía vergüenza. Vergüenza de mi relación con los pensamientos y vergüenza de mi relación con los baños demasiado perfumados.

     Al cabo del tiempo mi piel volvió a ser fina, casi como la de un bebé. Tumbada en la cama me tocaba los brazos y era como tocar seda. El cielo estaba nublado y las diapositivas iluminaban mi habitación en blanco y negro. "He sacrificado tanto para llegar hasta aquí, con un pelo bonito y una piel de photoshop, teniéndole alergia a todo. Teniendo miedo. ¿Pero que es ese miedo? ¿De dónde viene?". Cerré los ojos y pensé en algo bonito. En mi primer beso en aquel cine en el que pegamos en la butaca de en frente empalagosos y asquerosos chicles formando un corazón. ¿Y de todo que quedaba? Un círculo en los cimientos de algo nuevo. Un círculo sin título.



   

     

martes, 29 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.6

     Cuando desperté tenía el círculo de la película marcado en el vientre y mi piel se caía como si fuese una serpiente mudando la piel. Pero ese círculo... Esa silueta roja y profunda en mi vientre ya la había visto antes. Ese círculo estaba marcado en un solar prácticamente olvidado. Cogí de nuevo la película de nuevo conmigo, como si ya fuese un accesorio más de mi vestuario. Pasaría por el solar antes de ir a trabajar. Cuando llegué, lo pensé dos o tres veces, quizás cuatro. ¿Me había equivocado de lugar? No veía esa grava marrón por ningún lado ni el rastro de ningún tipo de pasado. Había construidos unos cimientos de algún edificio nuevo. De algún proyecto ambicioso que seguramente tuviese por dueño alguien con la mente muy lúcida. Había un par de obreros trabajando con las espaldas sudorosas que probablemente cobrarían un sueldo prácticamente mínimo por derramar todo aquel sudor. El cemento no estaba seco y había un montón de hierros colocados de manera muy adecuada, tanto que podía imaginarme el edificio crecer y crecer. No quería dejar precisamente la marca de mis pies en aquel cemento y me colgué de los hierros cual mono en la jungla. Uno de los obreros me vio y se quedó mirándome mientras seguramente en su cabeza se formulaba un montón de preguntas. Cuando llegué donde quería llegar me paré y miré aquel sitio. Estaba justo ahí. El círculo estaba ahí, debajo de todo ese cemento. El obrero se acercó a mí y me pregunto qué hacía. Me quedé mirando como pequeñas gotas caían desde su pelo por toda la cara. Me levanté parcialmente el suéter y le enseñé la marca circular. "¿Podría hacer un círculo en el cemento tan profundo y grande como este en el cemento? Es importante para mí". Me miró. Miró mi pelo morado, se dio cuenta de que me había puesto el suéter al revés sin ni siquiera yo saberlo. Puso cara de que no le quedaba otro remedio ya que mis ojos le miraban de forma tan amenazante que le quemaban. Me prestó un destornillador y me dijo que lo dibujase. Saqué la película y sin que esta tocase el cemento grabé su silueta. Era caótico, los hierros no encajaban porque allí, allí había ahora un círculo que rompía todas las líneas rectas. Salí de allí como había entrado y dije gracias desde la lejanía   

     Llegué bastante tarde a la tienda y me disculpé. El chico me lo perdonó. "Bueno, tu que puedes ver tu alrededor, ¿qué crees que podríamos hacer con este sitio para sacarlo adelante?". Miré aquel espacio y ya no quedaba rastro ninguno de los pensamientos. Pensé que cómo sabía dónde estaban colocados cada uno de ellos ya que no los podía ver. Y pensé en voz alta y se lo pregunté. Su respuesta me golpeó fuerte en alguna parte de mi cabeza. Dijo que por el olor que desprendían sabía donde estaban, que ellos le ayudaban a guiarse por la tienda gracias a su perfume. Entonces miré las estanterías y cada hueco que había dejado libre una maceta estaba colocado en una columna de un tipo específico de películas, y más abajo había más huecos que le indicaban el orden alfabético. Le había dejado más que ciego. Había dejado un pez encima de un trozo de asfalto. 

    Algo empezó a estrujarse en mi barriga y a darme golpes en la cabeza. Culpabilidad. Le dije que fuésemos a la trastienda un momento y saqué el viejo proyector y puse la película. Me senté en el sofá temblando como si un terremoto me sacudiese. Tampoco estaba la maceta al lado de la tele. Y justo cuando me di cuenta de eso la película empezó a proyectarse en la pared y arranqué a llorar. No lloré en silenció y bajito. No era un poquito de pena. Lloraba. Fuerte y escandalosamente. El chico me agarró del brazo y lo apartó al segundo. Notó el tacto de la piel rota y las cicatrices. No le miré pero imaginé que puso cara de asco. Yo no dejaba de ver la proyección de aquella mariposa. Me deshidrataba mientras me veía reflejada en una película completamente antónima a mí.

     Le pedí perdón al chico mil veces y le dije que lo sentía, que no podía trabajar allí. Cogí la película y me marché corriendo. Y cuando giraba la manzana lo oí en la lejanía. "¿Perdón porqué?". Porque él nunca había visto una mariposa. 


domingo, 27 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.5

     Creo que pasé por todas las calles de la ciudad. pero acabé allí. En la parte antigua. El viento había hecho que se me soltasen un par de mechones. Estaba la tienda de los muebles de mimbre y la casa de la costurera. La que había en medio de las dos se había convertido en una especie de tabú para mí. Pero no me mareé como aquella vez. Estaba cerrada. Cerrada de verdad. Tenía un cartel colgado en la puerta que ponía que se traspasaba. "¿Como que se traspasa?". Había estado allí dentro como hace un par de semanas.La mujer de la tienda de los muebles de mimbre se quedo mirando la tienda de forma melancólica y me dijo que era una pena. "¿Una pena?". Miré a través del escaparate y vi los pensamientos. Todos estaban mal cuidados, se deshacían. La mujer con una mano en el pecho y con un tono de chismosa dijo que el dueño de la tienda había muerto y su hijo. que era ciego, no podía hacerse cargo solo de la tienda. Miré el viejo rótulo de la tienda unos segundos y volví a mirar el cartel. Me apunté el número y me fui a casa. Tenía el pelo completamente desecho y era muy tarde.

    Mientras comía de postre unas moras miré el número de teléfono de la tienda. No me gustaba. Era demasiado simétrico y tenía unas cifras muy ordenados. Con el jugo de las moras empecé a escribir números de teléfonos caóticos, desordenados, difíciles de recordar y que me gustaban. El número de aquella tienda era tan mnemotécnico que ya me lo sabía de memoria. Llamé. Contestó la voz de aquel chico, "Nunca he visto una mariposa". Y colgué. Borré todos los números de teléfono que había escrito en la mesa con el antebrazo y cuando acabé me lo miré. Estaba morado. Me gustaba aquel color.

    A la mañana siguiente volví a llamar y le dije que me interesaba el trabajo, que estaba dispuesta a reabrir aquella tienda y a sacarla adelante. El chico me dijo que vale y que si podíamos quedar a las 7 en la tienda para hablar del negocio. Le dije que sí. No quería que me reconociese. Bajé al supermercado y compré la colonia más fuerte de hombre que había y tinte de pelo de color morado.

    Cuando volví a casa me fui directa al baño para teñirme el pelo. Al verme teñida la primera impresión que tuve fue que era extraña. Tenía el pelo morado y el pelo morado no pegaba en nada. No pegaba en la ropa que llevaba. me desnudé entera y cogí la colonia de hombre. Le quité el tapón entero incluyendo el spray y me lo tiré entero por encima. De arriba a abajo y por delante y por detrás.Olía a hombre. Salí al balcón desnuda, tal como estaba y con mi pelo morado y grité "¡Gol!" con todas mis fuerzas. Se me acabó la voz y me senté en un rincón del balcón apoyándome en los barrotes. estaba desnuda proclamando mi masculinidad celebrando un gol que puede que se acabase de marcar en aquel momento en alguna parte del mundo.

    Me vestí completamente de negro porque con aquel pelo no encajaba nada así que opté por las prendas más básicas y monótonas. Cuando llegué a la tienda el chico se disculpo y dijo "Lo siento señor, la tienda está cerrada". No era ningún hombre, era yo. Se lo dije y puso cara de circunstancias como si hubiese dicho algo malo. Entonces, cuando lo tuve cerca lo recordé. Era ciego. Maldije el fútbol y me sentí idiota con aquel pelo morado. No quería que me reconociese, pero es que no podía reconocerme de ninguna manera. Entré a la tienda con mi dignidad en el suelo. Me explicó el funcionamiento de la tienda. Me dijo que no tendríamos muchas ganancias porque los videoclubes estaban prácticamente obsoletos. Dijo que él tenía mucha ilusión en sacar aquel negocio adelante pero que supondría un esfuerzo muy grande y que si me suponía mucho trabajo no tenía porqué aceptar la oferta. Lo miré y le dije que sí pero con la condición de que quitara todos los pensamientos. Le mentí diciéndole que era alérgica. Él rió y soltó un suspiro, y aceptó el trato. 

     Lo primero que hice al llegar a casa fue llenar la bañera hasta arriba. Vertí todos los botes de champú, gel, acondicionador, cremas, sales, detergente, el líquido del ambientador... Vertí todo lo que olía bien en mi casa dentro de aquella bañera. Dejé todos los botes vacíos. Entré dentro y el fuerte olor me mareaba. Cuando salí de aquel baño desesperante la piel me escocía, me quemaba y estaba toda roja. Me senté en el sofá y me quedé mirando aquella pantalla rota. En uno de los trozos de cristal que había quedado enganchado al televisor después de aquel atentado vegetal me vi reflejada. Tenía el pelo mal cortado y morado. Tenía cicatrices por todo el cuerpo. Medio barrio me había visto los pechos y ahora tenía la piel tan roja que se me caía a trozos.

    Antes de irme a la cama abrí aquel cajón de errores y saqué la película. La puse en el suelo y me puse a hacer flexiones encima de ella mientras la miraba con fijación. Mientras miraba que no tenía título. Que era una mierda. Y mientras subía y bajaba mantuve una intensa conversación con aquella mariposa. "Nunca me volverás a tapar ninguna vista. Ningún cielo ni ningún techo. Soy una humana, soy como cien veces más grande que tú, tú eres un insecto. Y algo tan pequeño no va a poder conmigo. Ya puedes hacer que me caiga la piel, que me exhiba, que tú seguirás siendo una simple mariposa". Me rendí de aquel ejercicio agotador y me quedé dormida en el suelo con la película debajo de mí.


sábado, 26 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas - Cap.4

     Esa noche hice un movimiento atrás. Intenté reproducir cada paso a la inversa. Fui al cine de nuevo, que ahora era un triste solar. Entré de espaldas al solar, hice como si arrancase la cerradura de nuevo y seguí dando pasos de espaldas. Di un par de saltos y me moví en zigzag imaginándome el olor a chicles. Entonces, justo en el mismo sitio donde estaba el escenario, me tumbé. Me tumbé  encima de un montón de arena y piedrecitas y miré el cielo. Estaba lleno de estrellas. Entonces cogí la película que me había llevado conmigo y me la puse encima de mi tapándome el cielo. Eso no lo hice aquel día. Había hecho un paso en falso. Parecía una actriz sobre un escenario, pero ni había escenario ni era actriz. Me puse a pensar, a dejar que la mente me llevase donde ella quisiese y cuando mis brazos se cansaron de sujetar la película en el aire, me levanté y la coloqué en el suelo, apreté con fuerza mientras la hacía girar un poco hasta que dejé un círculo marcado en la arena. Se me abrió la mente. Me marché de allí en línea recta, ignorando las butacas y sin cerrar las puertas. Aquel no era el final.

     Estuve días meditando hasta que la rabia se apoderó de mi cuerpo. Y la rabia se levantó de la cama una mañana y cogió aquella maceta envenenada que quedaba tan bien en aquel lugar y con toda su fuerza la lanzó contra el televisor. La pantalla se disolvió en mil trozos al igual que la maceta. Sus trocitos cortaron mi piel como un gato que me odiase. Me quedé en silenció y miré aquella destroza en silencio. Los cristales, la cerámica, la tierra y el cadáver de una flor al medio. No me calmé, seguía furiosa. Cogí un trozo de cristal y fui al baño. Mientras me miraba en el espejo empecé a cortarme el pelo con aquel cristal. Hacía fuerza con los mechones de mi pelo contra el cristal y quedaban unos cortes muy puros y rectos. Cuando acabé volví a mirarme en el espejo y me puse a llorar. Empecé a coger los mechones de pelo que me había cortado intentando ponérmelos de nuevo. Pero no pude.

    Limpié el salón y lo recogí todo, pero me quede el trozo de cristal con el que me había cortado el pelo. Lo guardé en el mismo cajón donde estaban la película, la cerradura y la llave. Me quedé mirando la cerradura y la llave. La cerradura estaba abierta así que intenté cerrarla con la llave. No podía. Me temblaban las manos como aquel día y no conseguía encajar la llave. Fui a la puerta de mi casa y la cerré y la abrí sin ningún problema. Luego volví a la cerradura del cine, y no pude de nuevo, no podía cerrarla. Las volví a meter en el cajón y lo cerré con fuerza.

    Era casi hora de dormir y pasé de cenar. Salí a la calle y empecé a caminar. Las calles estaban vacías y podía caminar recto sin tener que esquivar nada. La luna me saludaba pero la luz de las farolas me impedía ver su amabilidad. Me encontraba en una estado de completa ignorancia. Me abracé fuerte a una farola y empecé a llorar de nuevo. "¿Por qué me hacéis esto? ¿Qué me pasa? Me he pasado la vida clausurada en un cine que creía que apenas me importaba. Recuerdo que cuando me anunciaron su cierre incluso esbocé una sonrisa. ¿Qué tengo ligado yo a aquel cine? Si estaba harta de aquel trabajo. ¿Lo amaba en el fondo? No echo de menos nada. ¡Maldita farola!". Y de abrazarla pasé a darle puñetazos a la farola. "No eres nada. No sirves de nada. Eres una maldita farola. ¡Los perros te mean encima!". Entonces me levanté la falda y meé en aquella como cualquier perro más. "¡Te lo mereces!". Enrabiada me marché a casa y me tumbé en la cama. Me tumbé en horizontal con las piernas colgando del borde de la cama. Me dormí mirando el techo y imaginándome la voz de alguna pitonisa en algún programa de tarot.

     Realmente aquella mañana me miré seriamente al espejo. Me curé los millares de diminutos arañazos que tenía por todo el cuerpo y me arreglé todos los mechones desiguales de mi pelo recogiéndolos con unos horquillas que tenían en el cabezal flores. Me puse un vestido blanco y un par de deportivas. Y me volví a mirar el espejo y entendí el mensaje. Necesitaba un trabajo.

  

jueves, 24 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.3

     Me vestí y pensé, y de tanto pensar los cereales me los hice con nata líquida y en ningún momento noté que no era leche. Pensaba que donde estaría la tienda más vieja en este pueblo. Que dónde estaba el abuelo más viejo, ese abuelo que sería un aficionado al cine desde bien pequeño. "¡Tiene que haber un maldito coleccionista de películas de una media de unos 70 años en esta ciudad del demonio!". Todavía no lo había conocido ni visto, pero ya le había puesto cara. Tenía tanta barba, mucha barba, y unas gafas de miope enormes que le tapaban unos ojos estropeados de tantas películas que habían visto.

     Cogí la película y salí a la calle. No sabía ni donde ir, pero caminaba igualmente. Fui a la parte más antigua de la ciudad porque la intuición así me lo dictaba. Entonces empecé a dudar de la existencia de Dios., porque en medio de un montón de tiendas artesanales encontré un viejo videoclub. ¡Un videoclub entre una tienda de muebles de mimbre y la casa de una costurera! Entré. El local era viejo y eso me dio esperanzas. Pero entonces me fijé. Pensamientos. La tienda estaba decorada con pensamientos de colores por todos los lados. Entonces salió un chico joven por las cortinas del mostrador. Era una pesadilla. Era el chico de los ojos que me hablaron en el supermercado. Lo miré fijamente a los ojos desde la puerta de la tienda y estos me decían que me conocía. Empecé a mirar la tienda con mucha fijación, con más de la que debía. Los pensamientos, las películas, los ojos y un montón de cosas que no acababa de entender. Empecé a dar vueltas suaves y tambaleantes. Me aferré a la bolsa donde llevaba la película y caí al suelo.

     Me desperté en un sofá que no era el mío así que no había sido un sueño. Delante había una televisión y al lado una maceta roja con pensamientos blancos. Pensamientos vivos. "¡Mierda!", exclamé. Entonces lo vi, el abuelo viejo con barba, prácticamente igual al que me había imaginado. Tenía toda la cara de apasionado del cine pero sus gafas no eran de miopía, eran de hipermetropía y le hacían unos ojos enormes. Me dijo que me había desmayado y que si ya me encontraba mejor. Giré la cabeza y vi al chico de los ojos. Contesté que sí, que me encontraba bien y el chico giró la cabeza hacia mí. Y ahora, ahora que lo tenía tan cerca, sus ojos no hablaban. No tenia pupilas. No me miraba. El hombre mayor cuando vio que lo miraba con fijación me dijo lo que estaba pensando, que era ciego. Me dijo que oyó el golpe de mi caída y le llamó. No me miraba en el supermercado. Estaba allí y ya está. Simplemente allí, en el pasillo de un supermercado como cualquier otra persona.

     Me dirigí al abuelo y le pregunté si tenía un proyector que pudiese reproducir mi película. Se la quedó examinándola un rato y me dijo que sí. Entonces le dijo al chico que trajera el proyector. Sacó un gran aparato y lo dejó en la mesa como si pudiese ver cada uno de sus pasos. Se conocía ese sitio de cabo a rabo. Me alargó la mano para que le diese la película y la puso en el proyector. Entonces puso la película en marcha. Al principio apareció una imagen borrosa y luego se puso nítida. La película no tenía sonido. Era la imagen de una mariposa comiendo el néctar de una deliciosa margarita y justo cuando echó a volar la película se acabo. Apenas duraba un minuto. Me quedé paralizada. Lentamente me levanté y saqué la película del proyector. El chico oyó el sonido que hice al extraer la película y me preguntó que había visto. Le dije que una mariposa y el me dijo que nunca había visto una. Le di las gracias al chico y me fui a casa.

     Por la calle iba pensándolo. Había perdido la cabeza tantos días y noches por una mariposa posada en una margarita.




La ignorancia de las mariposas. - Cap.2

     El tiempo pasa y pasa y me encuentro en un periodo de decadencia que da pena. Voy de la cama al sofá y del sofá a la cama de manera monótona. La televisión, las noticias, miles de catástrofes y injusticias en el mundo. Que si mañana hará sol y al siguiente lloverá. Los mapas meteorológicos están llenos de as y de bes que se pelean por ganar terreno, como dos tigres en una sabana. Pongo cualquier DVD de cualquier película y la miro en bucle. Me dejo la televisión encendida cuando me voy a dormir. Los diálogos que van y vienen y las luces de las escenas que vienen y van son como una canción de cuna para mí. Y la caja tonta ya no es ni tan caja, ni tan tonta. Me he convertido en una niña de dos años que tiene por madre a unos malditos fotogramas.

     Necesito comida en casa así que salgo de compras. Las calles están abarrotadas y yo camino haciendo zigzag  como si fuese una especie de ninja evitando tropezarme con cualquier individuo. Llego al supermercado, cojo un carro y meto dentro todo lo que necesito. En la zona de electrónica me quedo colgada ante la exuberante visión de un videoclip que se emite a la vez y al mismo ritmo en unas veinticinco televisiones que me miran. Pero entonces pienso "Abono, abono, me falta coger el abono" y abandono aquel espacio hipnótico para dirigirme a la zona de jardinería. En esta zona nunca hay nadie. Me quedo parada en medio de un pasillo que está lleno de plantas y las observo detenidamente. "Que relajante". Entonces entro dentro de mi carro de compra y de alguna forma, me tumbo ahí dentro, rodeada de plantas mientras de fondo se oyen los altavoces del supermercado que dicen que los productos de limpieza están en oferta hoy y solo hoy.

     De ese sueño donde los pensamientos y el aloe vera me anunciaban productos de limpieza me despertó un chico. Su cara me preguntaba qué hacía allí pero aunque el no dijo nada le contesté que estaba comprando. Bajé del carro de un salto, cogí el abono y una maceta de pensamientos y huí de aquel pasillo como si fuese una madre con un carro con su hijo dentro participando en una extraña manera de madres recelosas. Y sin duda, en aquel momento, mi hijo era el mejor. Antes de irme del supermercado cogí también una botella de lejía. Intenté equilibrar el peso de las bolsas entre los dos brazos pero no lo conseguí, así que camine de camino a casa como si fuese una balanza rota.

     Los pensamientos no encajaban en ningún lugar de la casa. Eran amarillos, eran horrorosos. Los odiaba. Cogí la lejía y vacié todo el bote dentro de la maceta de los pensamientos y los dejé al lado de la televisión. Y quedaban bien, quedaban bien en ese sitio. A la hora de cenar los pensamientos ya estaban más que muertos y mientras fregaba me giré para mirar la maceta. Me quedé con las manos enjabonadas mirando la maceta y me imaginé que me secuestraban, que me lapidaban y tan solo me dejaban la cabeza fuera. Entonces me hacían tragar lejía y moría allí, donde todo el mundo podía ver mi blanquecina y fría cara. Entonces con las manos enjabonadas cogí la maceta y la abracé. Me arrodillé y me puse a llorar mientras me ensuciaba el pijama de detergente. Y en mi cabeza solo rondaba una palabra: "Asesina, asesina".

     Esa noche soñé lo mismo que había estado soñando desde la demolición del cine. Miraba una pantalla en blanco, pero no conseguía reconocer que ese era el color blanco. No sabía que color era. Pero esa noche algo cambió en mi sueño. Aparecí yo metiendo una llave en una maceta que desprendía un olor totalmente venenoso. Contado así parece que no de miedo pero yo me levanté con un grito feroz y aterrorizada. Salté de la cama y me puse a buscar, no sabía donde estaba pero si que lo sabía. Finalmente a las siete de la mañana canté bingo y me encontré de nuevo en aquella posición inicial. En la cama, con aquella vieja película encima de mí, tapándome la visión del techo. Ella era la maldita pantalla en blanco que se mezclaba con el ruido de la televisión encendida cada noche que dormía. Tenía que verla.



miércoles, 23 de octubre de 2013

La ignorancia de las mariposas - Cap.1

     Son las nueve de la tarde y me dispongo a cerrar las puertas del cine. Cruzo a la acera de enfrente, me giro y me quedo unos minutos mirando el edificio. Es muy viejo y la fachada se le cae a trozos. Me entristece saber que esta es la última vez que cierro aquellas puertas y que ni yo, ni nadie más, volverá a entrar allí. Que en dos semanas vendrá una gran bola de hierro que se lo llevará todo. Se llevará la gran pantalla y se llevará todas las butacas azules con tantos chicles pegados como historias ha tenido aquel cine. Todo quedará borrado.

     No entiendo el tiempo y su manía de algunas veces ir tan rápido y otras ir tan lento. Los segundos, minutos, horas, días, años se inventaron para hacerme sufrir. No creo en Dios ni en la medida del tiempo. Tonterías. Rapidísimo, rápido, lento y lentísimo, no hay más. En estas dos semanas descubrí una nueva medida de tiempo: fugaz. Ya está, ya habían pasado, tan rápido como un pestañeo. Yo me encontraba en la cama en la víspera de la demolición. No podía parar de dar vueltas. Miraba el techo. De repente me entró una especie de dolor de cabeza, un impulso. Me levanté  de la cama de un salto, cogí las llaves y con mi camisón puesto me fui corriendo al cine.

     Entré al edificio. Oscuridad, mucha oscuridad. Todo estaba tan oscuro que si alguien quisiera matarme en aquel momento la oscuridad le habría parado los pies y yo me convertiría en una sombra más de aquel entorno negro y me desharía. Conocía aquel edificio de cabo a rabo y a tientas fui capaz de llegar al sótano sin chocarme con nada. En el sótano se almacenaban todas las películas. Quería coger una, la que fuese. Fui rozándolas con los dedos mientras me los ensuciaba de polvo. No podía leer ningún título, así que me detuve y cogí una, que por el tacto, me pareció idónea. Abandoné el sótano y me dirigí a la sala de proyecciones Sorteé todas esas butacas llenas de caucho viejo que olían a fresa y a menta y subí al escenario que estaba delante de la pantalla. Solté un soplido encima de la película y me tumbé en el suelo. El polvo me caía encima y yo notaba su ligero tacto. Pensé que si todo esto fuese una película, este sería mi dramático final. Y me quede un rato pensando. Me levanté y salí del cine. Cuando intenté cerrar las puertas del cine no pude. Me temblaba la mano, así que lo intenté con las dos manos pero no había manera. No podía hacerlo. Me daba demasiada pena. Así que hice lo impensable, y arranqué la cerradura con todas mis fuerzas. Me fui a casa como había venido, corriendo. Dejé la película, la cerradura y la llave encima de mi mesita de noche. Y me fui a dormir.

     Esa noche dormí mucho y mucho tiempo. Soñé que las puertas del cine estaban abiertas y que todo el mundo entraba a llevarse las películas y las guardaban en sus recuerdos. Me levanté feliz porque ese sueño me hizo sonreír. Pero cuando giré la vista hacia mi mesita mi cara cambió. Cogí la película y me tumbé en la cama. Me puse la película sosteniéndola con los brazos encima de mí de modo que me tapaba la visión del techo. Empecé a darle vueltas y vueltas a aquel rollo de película. No tenía título. Había cogido una película que no tenía título. Una película que no tenía título y que además, no podía reproducir. Apoyé la película sobre mi estómago y chillé a los cuatro vientos que era la chica más idiota del mundo. "A ver Maia, te levantas a las tantas de la noche, te vas con camisón al cine el día antes de su demolición, robas una película que no puedes reproducir y para rematar te llevas la jodida cerradura de la puerta. Estás loca, Estás loca Maia". Dios mío, no podía parar de repetírmelo. Pensé que ya que estaba por la labor de robar podría haber robado también el proyector. Entonces mi mente se quedó en blanco y caí. El cine. Ya era muy tarde. Me fui corriendo.

     El cine ya estaba demolido. Yo había robado una película y una cerradura pero la gran bola de hierro había robado todo lo demás. Chicles, recuerdos y películas. Todo menos una cerradura y una película vieja sin título.


martes, 22 de octubre de 2013

¿Empezamos?

En este blog publicaré relatos, alguna que otra reflexión o cualquier tontería que se me pase por la cabeza. Yo solo os presto la llave de mi mente, si la queréis, cogedla. Sí no, dejadla ir. Puede que no os perdáis nada importante o puede que paséis por alto muchas cosas. Yo os cedo mi llave pero yo no tengo la vuestra. Vosotros decidís.

En fin, empezaré con un relato. En cada entrada colgaré un capítulo de este. Se llama igual que el blog "La ignorancia de las mariposas". Ya lo tengo medio escrito. Iré subiendo capítulos, como he dicho. Os dejo un pequeño argumento para que bueno, para que vais a leer una historia sí de lo que trata no os gusta. Para gustos colores. Ahí va:

Maia, después de que cierren el cine en el que ha estado trabajando toda su vida pierde la noción de la rutina y se adentra en una espiral de incertidumbre e inseguridad que la lleva a la locura. Poco a poco irá asumiendo un pasado que ya no existe para encontrar de nuevo algo que la llene de energía y le ayude a cerrar todas esas heridas del pasado.

Espero que de algún modo os haya llamado la atención y os enganchéis a esta aventura. Aventura en la que soy yo la primera en meterme. 

PD: Si conforme escribo dejáis comentarios y opiniones sobre como os ha parecido, me seréis de ayuda, apreciaré todas las críticas, buenas, o malas. Gracias.