viernes, 1 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.8

     No conseguía dormirme, quizás por los nervios o quizás porque ya me había acostumbrado a tumbarme sobre mi piel deshecha. Eran las doce y media de la noche. De un sábado. ¿Cuánto tiempo llevaba en casa? Me imaginé a las chicas caminando torcidas por las calles del centro sobre unos afilados quince centímetros. A La gente conversando y riendo, fumando en las puertas de los pubs. Los chicos brindando con miles de quintos, unos detrás de otros. Y las chicas en la pista con preciosos vestidos que navegaban con suavidad en el aire mientras se movían suavemente. Me vino una imagen de mi con los brazos en el aire quedándome sin voz con una canción que por aquel entonces estaba de moda. Y la cama me echó de ella. Y el armario me metió dentro de él. Empecé a arreglarme. Quería salir.

      En mi armario no había nada. Había muchas cosas pero ninguna para las doce y media de un sábado. Me sentí un poco como Cenicienta. Habían pasado ya las doce y yo no tenía un vestido bonito. Pero buscando encontré una especie de camisa muy larga que casi me llegaba a las rodillas, era negra y muy suelta. Me la puse y estaba muy cómoda, podía pasar perfectamente por un vestido. Cuando me decidí por aquella prenda me puse a buscar los zapatos pero desde luego no tenía armas de autodestrucción de quince centímetros. Me dije "Bah", total llevaba una camisa por vestido, así que cogí unos zapatos viejos de mi madre de color beige que tenían una plataforma de casi cuatro centímetros. Con el bolso tampoco pensé demasiado y cogí una bandolera estampada con cuadros escoceses. Miré el conjunto entero en el armario y me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no salía a comprar ropa. No puse ni collares ni pulseras de lo orgullosa que me sentía con mi piel. Que al fin y al cabo, no era más que una piel normal. Fui al baño a maquillarme y a arreglarme el pelo. Con un par de cepilladas el pelo quedaba bien, incluso deshecho. Cuando me quedé mirando el neceser de maquillaje cogí el pintalabios rojo más oscuro que tenía. Era tan oscuro que prácticamente rozaba el negro. En los ojos me puse una sombra marrón mate, muy fina, que me hacía la cara muy triste. Pero yo no me encontraba triste en aquel momento. Rebuscando en el neceser encontré una loción corporal que tenía brillantina. Me vino a la cabeza la chica que me había imaginado dando vueltas por la pista. Cogí la loción y me unté por todo el cuerpo excepto la cara. No me puse perfume, no quería oler a nada. Me miré al espejo por última vez y pensé. "En esta noche gris pondré yo las estrellas".

     Caminé hacia la zona de pubs y había un montón de gente. Gente pasándoselo bien, bailando y cantando- Gente celebrando cualquier cosa y brindando por ello. Entré en un pub llamado "Solsticio". El pub estaba en el subsuelo y tenías que bajar un montón de escaleras para encontrarte con un montón de gente. Estaba completamente lleno pero yo estaba cómoda. La iluminación del pub era muy clásica. La típica bola de discoteca plateada y un equipo de rayos láseres plateados. Me adentré en la pista y acabé justo al medio arropada por un mogollón de desconocidos. Sonaba una música que invitaba a bailar y a saltar. A dar vueltas, a no parar de girar. Empece a moverme a su ritmo y por un momento me sentí la chica más impresionante del pub. Todas las luces se reflejaban en la brillantina de mi cuerpo. Cada vez me animaba más y más. De repente alguien me cogió del brazo y me llevó a la barra. Por la luz no vi bien su cara pero me invitó a una copa. Le di las gracias. Volví a dejarme llevar y repetí ese viaje hacia la barra. Solo o acompañada, pero lo repetí. Entonces empecé a dejar de llevarme por la música y a agarrarme fuerte a las manos del alcohol. Me senté en el suelo en un rincón y como si fuese un milagro un reflejo de la bola de discoteca iluminó mi reloj diciéndome que era demasiado tarde.

   
      Caminé hacia mi casa mientras me apoyaba en la pared izquierda de la calle y luego en la derecha, y así. En un momento caí. Los pies me dolían demasiado me quité las plataformas y estaban completamente rojos y tenían algunas bambollas y rozaduras profundas. Hice un nudo con los cordones de las plataformas y las lancé al aire con rabia. Se quedaron colgados de un cable eléctrico y empecé a reír. Era gracioso. Me tapaban la vista del cielo, me tapaban un par de estrellas. ¡Me tapaban lo que tenía encima de mí!. Sin parar de reír empecé a correr a cualquier lugar ignorando el dolor en mis pies. Perdí la noción de la orientación, perdí la orientación de todo.

     Al despertar abrí los ojos pero lo veía todo oscuro. La cabeza me daba vueltas y de repente alguien me abrió la luz. Tenía encima un capazo de mimbre tapándome la cara. Reconocí a la mujer que me quitó el capazo. En efecto era la mujer de la tienda del mimbre. Me quedé en blanco y me di cuenta de que estaba tumbada sobre la entrada del videoclub. Mire hacía mis piernas y tenía las piernas negras llenas de mierda con pequeños trozos de brillantina. La mujer me ayudó a levantarme y me entró en su tienda. Tenía los pies llenos de heridas y no podía andar. Sacó un botiquín y me curó y me vendó los pies. Me dio un par de alpargatas y lo único que me dijo fue que seguramente no había acabado allí por mi propia consciencia y que la juventud de hoy en día estaba revolucionada y que cuando ella era joven... Sermones. Le di mil gracias y le pagué las alpargatas y el capazo al momento. Y me fui a casa con el pelo deshecho, los labios secos y con mi primera compra en una tienda de mimbre.


   

   

      

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