domingo, 10 de noviembre de 2013

¿Y en tan poco espacio?

     Nunca se me han dado bien los microrelatos. Quizás piense demasiado rápido y en demasiadas cosas a la vez. O yo qué sé. A lo mejor tengo la mente tan vacía y tan en desuso que todo lo que he pensado me sale de golpe. O las palabras me atraen y me vuelvo una obsesa. "1758 palabras". Gran cifra. Debe ser un relato apasionante. Cuánto más azúcar más dulce, ¿no? Pero de microrelatos los hay dulcísimos. Y son tan breves como la cuarta parte de la cinta de un cassette. Y cada vez que pongo un lápiz sobre un papel o las manos sobre un teclado siempre uso la cinta de siete u ocho VHS. "Demasiada cinta para lo sobria que vas vestida, pareces un empalagoso pastel".

Y sin una darse una cuenta, ¡bam! Cualquier pequeña reflexión que entre
en mi mente es una pequeña historia. 
¡Y hay tantas cosas que pensar!


sábado, 9 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.12

     Y pidiendo perdón salí de la tienda. Llegué a casa como si volase, como si fuese ligera como una pluma. Ligera porque tenía la mente tan vacía que cuando llegué a casa cerré la puerta tras de mí y sentí realmente la fuerza de la gravedad atrayéndome al suelo. Me senté allí sintiéndome completamente agotada. Miré mi casa. El balcón, el sofá, las margaritas, el suelo... Mi suelo no era tan brillante como el del supermercado así que no podía verme allí. Percibí que en la encimera de la cocina había una bolsa del supermercado y fui a abrirla. Era la lejía. Mientras daba vueltas con mi dedo índice al rollo de cinta adhesiva me quedé mirando fijamente aquel bote que a veces limpiaba y otras veces mataba flores. Me la llevé a mi habitación junto con la cinta.

     Me senté en la silla y dejé el rollo y la lejía encima del escritorio. Abrí el que para mí ya era el cajón de errores. Y lo saqué todo. Esparcí por la mesa el trozo de cristal, el rollo de película vacío, la cerradura abierta y la llave. Estaba anocheciendo y las diapositivas pegadas en mi ventana hacían que la luz amarillenta de las farolas y la rojez de la puesta de sol dieran a mi habitación un aspecto cálido.

     Cogí el cristal y corté un trozo de cinta igual de grande que el diámetro de la película y se lo pegue. Cogí un rotulador permanente de punta fina y me puse a pensar en la película detenidamente. Desde el momento que la había cogido en el cine. Me planteé incluso la existencia del destino. Pensé también en todo lo que me había dicho Álex aquella tarde. En todas las gilipolleces que había hecho desde el cierre del cine... "¿Pero desde del cierre del cine o desde que vi esta película sin título?" Cogí la lejía, la destapé y me la puse entre las piernas. Estaba fría. "¿Así qué de esto se trata? ¿De un cincuenta cincuenta?". Apoyé el rotulador sobré el papel y le puse título a aquella película junto a la fecha de la demolición del cine junto a un guión para dejar un hueco para otra fecha. "Ignorancia", escribí. El olor fuerte de la lejía subía hasta mi nariz lentamente. Apreté las piernas con fuerza mientras estrujaba la botella. Temblorosa cogí la cerradura y la llave y lo intenté de nuevo. La llave entró con suavidad en la cerradura y le di dos vueltas lentamente hacía la izquierda. Saqué la llave. La cerradura estaba cerrada. Cogí de nuevo la lejía y escribí después del guión la fecha de hoy.

     Me levanté y cogí la película manteniéndola en alto enfrente de mí. Comencé a derramar la lejía lentamente sobre la película y cuando las fechas y el título empezaron a deshacerse me eché a llorar. Tiré la película con rabia al suelo. Y tiré la lejía con rabia a la ventana mientras se deshacían todas las diapositivas y mi habitación empezaba a tener únicamente la iluminación de mi flexo sobre el escritorio. Cuando se acabó la lejía también tiré el bote al suelo y empecé a desnudarme y a descalzarme con rabia. Mis pies desnudos pisaron algunas gotas de lejía que habían quedado en el suelo mientras me dirigía al espejo.

     Me vi reflejada completamente desnuda en el espejo mientras las plantas de mis pies me escocían un poco. Me acordé de aquella noche en la que me sentí guapa y tuve valor. Busqué aquella crema con brillantina y me la puse por todo el cuerpo. Incluso por la cara y el pelo. Y en los pies quemados. Fui al salón y encendí la radio y me pude a bailar. Sonaba una balada que hablaba sobre una ruptura, pero en aquel momento, para mí era como la canción más bonita del mundo. Arranqué una margarita y me puse el tallo entre los dientes. Bailé hasta cansarme. Hasta no poder ni andar hasta mi cama y me acosté en el suelo mientras empecé a cerrar los ojos. "Ignorante mariposa..."

     Al día siguiente me vestí para ir a trabajar. Álex me miró con cara de sorpresa. "Hueles mucho a cre...". "Son cinco con cincuenta, gracias", le corté. Álex abrió sus ojos insensibles como platos y me quedé mirando aquellas esferas grises con fuerza y sonreí. Y fue mi mejor sensación desde que vendí mi primera entrada en aquel viejo cine.


Y hasta aquí el pequeño trozo de la vida de Maia. Quizás el trozo de su vida más angustioso y malo.
Pero buscando el origen, buscando el pimer corte de todos, Maia consigue salir.
Muchas gracias a los que habéis estando siguiendo mi historia diariamente, semanalmente, o quizás toda de un tirón.
Gracias por todos los comentarios y por el apoyo.
¡Volveré pronto!

viernes, 8 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.11

     Y como el tiempo últimamente es tan fugaz, Álex y yo nos encontrábamos detrás del mostrador con un cartel en la puerta de la tienda que ponía "Abierto". El local había quedado muy bien. Todo blanco, con el contraste de todos los lomos coloridos de las películas. Álex se había estando esforzando mucho para saber a que olía cada película. Estaba completamente preparado para recibir a cualquier cliente que entrase por la puerta. Pero yo... Yo era una especie de helado gelatinoso. Estaba fría y no paraba de temblar. Álex notó los terremotos y creo que intentó evadirme de aquel lugar tan bonito y vacío a la vez. "Oye, y el corto de la mariposa, ¿cómo se llamaba?". Le eché la mirada más odiosa del mundo entonces recordé de nuevo que no podía verme y me eché a reír. "No tenía título". Él puso cara de pensativo. "Ponle uno". Entonces me puse a mirar una cicatriz que tenía en la mano por culpa de aquella pelea extravagante que tuve con un televisor, unos pensamientos y mis propios pensamientos. Justo en aquel instante entró una mujer con su hijo y Álex me susurro que cómo eran. Le dije que era una señora mayor con un niño pequeño. 

     Álex prácticamente salió de un salto del mostrador mientras cogía una bandeja con caramelos. Dijo amablemente buenos días a los dos, le ofreció caramelos al niño y este los aceptó encantado. La madre preguntó por algún título que no pude oír bien y Álex olisqueó hasta la sección infantil.Y pasó los dedos película a película hasta que encontró la que quería la madre. Muy amablemente los dirigió al mostrador. Entonces me tocaba a mí. Todas las películas estaban de oferta por ser el día de la inauguración. Sabía muy bien lo que tenía que hacer. Primero cobrarle a la mujer y echar bien las cuentas y devolverle el cambio correcto. Luego, como obsequio por motivo de la inauguración, tenía que pegar una de las miles de margaritas que nos sobraron en la portada de la película enganchándola con un bonito lazo blanco. enganché también otro caramelo, uno de limón, para que el niño quedase bien contento, ya que no creo que la película le gustase demasiado. Era una aburrida película didáctica sobre matemáticas. Los dos nos regalaron una sonrisa y se fueron tan contentos que me imaginé a la madre cocinando perdices para comer en su casa.

     El tiempo pasa. Los clientes entran y salen. Alquilan, compran. las margaritas ya se nos han acabado pero siguen entrando y saliendo, alquilando y comprando. Cuando acabamos hoy hice las cuentas muy rápido, no quería hacerlo más tarde, quería deshacerme de aquella aburrida tarea en cuanto antes. Cuando acabé me senté en el sofá de la trastienda medio tumbada, y sentía al propio sofá aguantando mi gran agotamiento. Álex entró a la habitación y se puso a buscar su móvil dónde tenía almacenadas un montón de películas en formato mp3 adaptadas para ciegos. "Está en el trastero, al lado del viejo proyector, lo veo desde aquí. ¿Qué hacías con el proyector?". Cogió su mp3 y se sentó en la punta del sofá, como si no quisiese hacerle daño. "¿Qué nombre le pusiste al final a la película?". Se levantó y cogió un rollo de cinta adhesiva de papel blanco. "Corta un trozo y ponlo en la película, escribe ahí el título que has pensado". Tomé el rollo y Álex se marchó hacía la puerta que daba a la tienda. "No se me ha ocurrido ningún título".

     Álex se giró de forma lenta hacía mí pero hizo que pareciese un movimiento muy brusco. Me miraba. Realmente me miraba a través de sus ojos apagados sin electricidad. Me miró como si no me estuviese dando cuenta de la cosa más obvia del mundo. No la veía, pero él sí, él sí podía verla. "¿Maia es que no lo ves? ¿Quien es el ciego aquí? Necesitas ponerle un título a aquella película. Lo sé. Lo sé porque recuerdo tu voz en las taquillas del precioso centro de salud mental diciéndome la hora a la que se proyectaban las películas. Y entré a verlas aunque no las pudiese ver. Porque lo adoro. Adoro todo esto. Recuerdo perfectamente tu voz, "Son cinco con cincuenta". Y cuando llegaste a esta tienda y te oí, sabía que eras tú. pero las gracias que diste después de que te proyectásemos aquel corto mi abuelo y yo, no sonaron igual que el taco que soltaste al despertarte en este mismo sofá después de derrumbarte en la entrada del videoclub. Y desde entonces tu voz suena así. ¡Eres una ignorante Maia! Dime que son cinco con cincuenta pero dímelo estando completamente segura de lo que realmente has visto en aquel maldito corto".

     "Perdona, no puedo hacer esto".



miércoles, 6 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.10

     Entré a la tienda y Álex al oír el tintineo de los móviles de colores que tenía colgados junto a la puerta se giró hacia mí. Antes de mirarle a la cara miré de nuevo todos los huecos vacíos de las estanterías. Tenían más polvo y seguramente, se sentían vacíos. Luego miré a Álex y salió una Maia desconocida. Sincera y sin alergias. Lo primero que hice fue pedir perdón y justo cuando iba a vomitar un discurso que me iba a salir disparado Álex me cortó. "Eso ya me lo dijiste". Me tragué el discurso y me lo quedé mirando. ¿Qué se suponía que debía decir? "No tengo alergia a los pensamientos". Seguramente no debería haber empezado así, pero no siempre las historias empiezan por el principio. Le dije que no dijese nada. Que me dejase hablar. Me senté en el suelo con las baldas de la estantería marcándome la espalda. En realidad a ese chico no lo conocía de nada. Pero se lo conté todo. Desde la víspera de la demolición del cine hasta las marcas de las baldas en la espalda. "Entiendo". ¿Qué se suponía que entendía?. "¿Dónde estás?" Tartamudeé que sentada en el suelo junto a las estanterías. Fue tocando las estanterías con sus baldas y sus huecos. Y cada vez que tocaba un hueco mis manos se volvían más frías. Al final tropezó conmigo y  se sentó a mi lado. "Seguramente si hubiese vendido este videoclub también me hubiese teñido el pelo de morado".

     "Ahora dime la verdad. ¿De verdad dices que aparecía una mariposa en aquella película? Yo no he visto nunca una, pero me han dicho que son preciosas. No entiendo porqué te hacen llorar. ¿Eres alérgica a ellas? No me creo que sea una mariposa lo que tu has visto. Me mientes." No, yo no mentía y me prometí que no iba a volver a hacerlo. Pero no tenía sentido. Era verdad. La gente no llora cuando ve cosas bonitas. Bueno, quizás de felicidad. Pero yo no lloraba de felicidad. Mi mente empezó a encogerse como cada vez que pensaba en aquel bicho. Cambié de tema. "Deberíamos limpiar esto, y pintarlo. Quizás de blanco, es un color luminoso, hará que la tienda parezca más grande. Y... Y colocaremos flores de nuevo... Las que quieras.". "¿Margaritas?". ¿Se estaba riendo de mí? (aunque no me sorprendería). Pero me quedé pensando. Y las imaginé allí en los huecos, las margaritas. En la trastienda y al lado de mi televisor. Y su aroma en el pasillo de un supermercado. Quedaban bien. Le dije que sí. "¿De verdad?". De verdad de la buena, le dije que contratara a un pintor, que preguntara a la señora de la tienda de los muebles de mimbre si tenía el número de alguno. Y yo iría a comprar las margaritas al supermercado. "¿Al supermercado? Ve a una jardinería, serán más bonitas". "Me gustan las de allí".

     Cuando entré al supermercado cogí un carro y apoye un pie sobre él y patiné hasta la sección de jardinería como una niñita feliz. En ese pasillo siempre olía tan bien... Era como si me metiesen dos palillos de incienso en cada agujero de la nariz. Llene el carro hasta arriba de macetas de margaritas y macetas transparentes de policarbonato. Algo me dijo que ver la tierra y las raíces de aquellas margaritas crecer me relajaría. Miré todas las flores que habían en las estanterías. geranios, rosas, bocas de dragón... Y pensamientos. Y los miré con mucha fijación y me parecieron bonitos. Desplegué la parte del carro que se usa para poner el papel higiénico o pañales y me senté ahí. Me vi reflejada en el suelo recién encerado y todo era maravilloso. Empezaron a sonar las ofertas en los altavoces y me puse a bailar. "Hoy todos los zapatos de niño a mitad de precio", "Hoy les ofertamos ternera de primera calidad, ¡no pierdan esta oportunidad!", "Y los productos de limpieza de nuestra marca, ¡Todos a dos por uno!". Enseguida sonó una voz más bajita que decía que pagaríamos el más caro. Paré de bailar. Cogí el carro de margaritas y me fui hacia la sección de limpieza. Cogí un spray quitapolvos y una botella de lejía. Antes de ir a la caja pasé por la zona de electrónica y miré las televisiones. El videoclip de una de ellas era tan aburrido y se veía tan bien que alcé mi brazo y me dispuse a darle un puñetazo en la pantalla. Detuve mi puño a poquísimos milímetros de la pantalla, me miré de nuevo en el suelo encerado cogí el carro y me fui a la caja. En el dos por uno, pagué la lejía.

     Cuando llegué a la tienda me di cuenta que de que había comprado margaritas de más. Álex me dijo que se quedaría con una maceta para familiarizarse con su olor y así empezar a trabajar como lo había hecho siempre. La dije que quitáramos el polvo para cuando viniesen los pintores y me dijo que rociara un poco de quitapolvos en cada balda que se guiaría por su olor tóxico para ayudarme a limpiar. Cuando acabamos yo también me llevé una maceta a casa y la puse al lado del ya inexistente televisor. Quedaba bien.



   



     

sábado, 2 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.9

     Al entrar a casa lo primero que hice fue darme una ducha con agua fría. Me deshice de la roña y de la purpurina e hidraté mis labios. Me volví a curar y a vendar nuevamente los pies en casa y me puse las alpargatas. Todo esto lo hice sin querer pensar en nada, manteniéndome lo más tranquila posible. Pero cuando me senté en el sofá comenzaron las preguntas. Empecé por lo básico y acabe por cosas que quizás no tenían ni sentido. "¿Dónde están mis zapatos? ¿Habré andado descalza? ¿Por eso tengo los pies tan deshechos? ¿Porqué me levanté con un capazo cubriéndome la cabeza? ¿Porque justo a la puerta del videoclub...?". Entonces empecé a inventarme una especie de rompecabezas. Recordé que cuando me levanté no veía nada, que el capazo me tapaba todo lo que tenía encima. Que estaba justo ahí, tumbada en el suelo y con los ojos tapados, enfrente de una tienda que regentaba un ciego. Divagué. Me apoye de la forma más horizontal que pude en el respaldo del sofá y suspiré. Necesitaba resolver un rompecabezas que no conseguía encontrar. Y lo irónico era, que realmente me estaba rompiendo la cabeza.

     Mi cabeza mantenía con mi subconsciente tantas conversaciones a la vez que parecía una olla a presión. Me agobié en casa, quería salir, tomar aire. Y ya que salía me quedé mirando la televisión rota la cogí y me la llevé conmigo. La tiré en el primer contenedor que me crucé. Me acordé de lo que estaba pensando la noche pasada, antes de salir. Que todo lo que me quedaba era un círculo en los cimientos de algo nuevo. Fui a ver que era eso nuevo. Cuando llegué el edificio ya estaba acabado. Había pasado mucho tiempo. En lo más alto de aquel edificio de unas tres plantas (si no me equivocaba) estaba el rótulo del edificio. Para mi sorpresa, cuando alcé la cabeza hacia arriba, algo me tapaba el rótulo. Mis zapatos. Estuve allí anoche. Me aparté un poco para poder leerlo bien. Era un centro privado de salud mental. Cabezota de mí entré, quería colocarme justo encima del círculo. Ahora había muchas más paredes y pasillos, era difícil llegar. Y justo cuando encontré la puerta que accedía al sitio exacto del círculo un hombre me detuvo. "Señorita, este centro todavía no está abierto para pacientes, empezamos la semana que viene, se habrá equivocado". Entonces cogió un trozo rectangular de cristal y lo atornilló a la puerta. "Zona de tecnoadicción". Le pregunté al hombre en que consistía aquello de la tecnoadicción. "Bueno, usted sabrá, está aquí, frente esta puerta". El hombre no me dejó entrar así que me fui. 

     Miré de nuevo mis zapatos colgados del cable y como una gilipollas di un salto para ver si los alcanzaba, cosa que era imposible a no ser que midiese cuatro metros de alto. Justo en eso momento salió el señor del centro y se me quedó mirando y dijo, "Ya sabes, abrimos la semana que viene". No me ofendió porque realmente parecía que necesitara ir aunque ahora no tuviese el pelo morado. Me puse a pensar en aquellas pandillas que allá por Nueva York colgaban sus zapatos en los cables para marcar su territorio. Menudo territorio había marcado pues. Seguí andando hasta el videoclub y me encontré con la señora de los muebles de mimbre hablando con el ciego. Se me quedó mirando, y él supongo que oliéndome, oyéndome. "¡Mira es Maia! ¡Ven!", exclamó la señora. El chico me saludó y yo no sabía que decir. Era extraño. "Álex al final ha decidido vender el local ya que no tiene a nadie que le ayude a llevar la tienda." La señora del mimbre me pegó un tiro en el pecho. Álex hizo una sonrisa de afirmación. Me saqué la maldita bala que me había echado la de los mimbres y así sin pensarlo grité que no. "Yo te ayudaré, puedo hacerlo. Esta vez podré." Y a las siete del día siguiente me encontré de nuevo dentro de aquel videoclub.


viernes, 1 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.8

     No conseguía dormirme, quizás por los nervios o quizás porque ya me había acostumbrado a tumbarme sobre mi piel deshecha. Eran las doce y media de la noche. De un sábado. ¿Cuánto tiempo llevaba en casa? Me imaginé a las chicas caminando torcidas por las calles del centro sobre unos afilados quince centímetros. A La gente conversando y riendo, fumando en las puertas de los pubs. Los chicos brindando con miles de quintos, unos detrás de otros. Y las chicas en la pista con preciosos vestidos que navegaban con suavidad en el aire mientras se movían suavemente. Me vino una imagen de mi con los brazos en el aire quedándome sin voz con una canción que por aquel entonces estaba de moda. Y la cama me echó de ella. Y el armario me metió dentro de él. Empecé a arreglarme. Quería salir.

      En mi armario no había nada. Había muchas cosas pero ninguna para las doce y media de un sábado. Me sentí un poco como Cenicienta. Habían pasado ya las doce y yo no tenía un vestido bonito. Pero buscando encontré una especie de camisa muy larga que casi me llegaba a las rodillas, era negra y muy suelta. Me la puse y estaba muy cómoda, podía pasar perfectamente por un vestido. Cuando me decidí por aquella prenda me puse a buscar los zapatos pero desde luego no tenía armas de autodestrucción de quince centímetros. Me dije "Bah", total llevaba una camisa por vestido, así que cogí unos zapatos viejos de mi madre de color beige que tenían una plataforma de casi cuatro centímetros. Con el bolso tampoco pensé demasiado y cogí una bandolera estampada con cuadros escoceses. Miré el conjunto entero en el armario y me di cuenta de que hacía mucho tiempo que no salía a comprar ropa. No puse ni collares ni pulseras de lo orgullosa que me sentía con mi piel. Que al fin y al cabo, no era más que una piel normal. Fui al baño a maquillarme y a arreglarme el pelo. Con un par de cepilladas el pelo quedaba bien, incluso deshecho. Cuando me quedé mirando el neceser de maquillaje cogí el pintalabios rojo más oscuro que tenía. Era tan oscuro que prácticamente rozaba el negro. En los ojos me puse una sombra marrón mate, muy fina, que me hacía la cara muy triste. Pero yo no me encontraba triste en aquel momento. Rebuscando en el neceser encontré una loción corporal que tenía brillantina. Me vino a la cabeza la chica que me había imaginado dando vueltas por la pista. Cogí la loción y me unté por todo el cuerpo excepto la cara. No me puse perfume, no quería oler a nada. Me miré al espejo por última vez y pensé. "En esta noche gris pondré yo las estrellas".

     Caminé hacia la zona de pubs y había un montón de gente. Gente pasándoselo bien, bailando y cantando- Gente celebrando cualquier cosa y brindando por ello. Entré en un pub llamado "Solsticio". El pub estaba en el subsuelo y tenías que bajar un montón de escaleras para encontrarte con un montón de gente. Estaba completamente lleno pero yo estaba cómoda. La iluminación del pub era muy clásica. La típica bola de discoteca plateada y un equipo de rayos láseres plateados. Me adentré en la pista y acabé justo al medio arropada por un mogollón de desconocidos. Sonaba una música que invitaba a bailar y a saltar. A dar vueltas, a no parar de girar. Empece a moverme a su ritmo y por un momento me sentí la chica más impresionante del pub. Todas las luces se reflejaban en la brillantina de mi cuerpo. Cada vez me animaba más y más. De repente alguien me cogió del brazo y me llevó a la barra. Por la luz no vi bien su cara pero me invitó a una copa. Le di las gracias. Volví a dejarme llevar y repetí ese viaje hacia la barra. Solo o acompañada, pero lo repetí. Entonces empecé a dejar de llevarme por la música y a agarrarme fuerte a las manos del alcohol. Me senté en el suelo en un rincón y como si fuese un milagro un reflejo de la bola de discoteca iluminó mi reloj diciéndome que era demasiado tarde.

   
      Caminé hacia mi casa mientras me apoyaba en la pared izquierda de la calle y luego en la derecha, y así. En un momento caí. Los pies me dolían demasiado me quité las plataformas y estaban completamente rojos y tenían algunas bambollas y rozaduras profundas. Hice un nudo con los cordones de las plataformas y las lancé al aire con rabia. Se quedaron colgados de un cable eléctrico y empecé a reír. Era gracioso. Me tapaban la vista del cielo, me tapaban un par de estrellas. ¡Me tapaban lo que tenía encima de mí!. Sin parar de reír empecé a correr a cualquier lugar ignorando el dolor en mis pies. Perdí la noción de la orientación, perdí la orientación de todo.

     Al despertar abrí los ojos pero lo veía todo oscuro. La cabeza me daba vueltas y de repente alguien me abrió la luz. Tenía encima un capazo de mimbre tapándome la cara. Reconocí a la mujer que me quitó el capazo. En efecto era la mujer de la tienda del mimbre. Me quedé en blanco y me di cuenta de que estaba tumbada sobre la entrada del videoclub. Mire hacía mis piernas y tenía las piernas negras llenas de mierda con pequeños trozos de brillantina. La mujer me ayudó a levantarme y me entró en su tienda. Tenía los pies llenos de heridas y no podía andar. Sacó un botiquín y me curó y me vendó los pies. Me dio un par de alpargatas y lo único que me dijo fue que seguramente no había acabado allí por mi propia consciencia y que la juventud de hoy en día estaba revolucionada y que cuando ella era joven... Sermones. Le di mil gracias y le pagué las alpargatas y el capazo al momento. Y me fui a casa con el pelo deshecho, los labios secos y con mi primera compra en una tienda de mimbre.