sábado, 2 de noviembre de 2013

La ignorancia de las mariposas. - Cap.9

     Al entrar a casa lo primero que hice fue darme una ducha con agua fría. Me deshice de la roña y de la purpurina e hidraté mis labios. Me volví a curar y a vendar nuevamente los pies en casa y me puse las alpargatas. Todo esto lo hice sin querer pensar en nada, manteniéndome lo más tranquila posible. Pero cuando me senté en el sofá comenzaron las preguntas. Empecé por lo básico y acabe por cosas que quizás no tenían ni sentido. "¿Dónde están mis zapatos? ¿Habré andado descalza? ¿Por eso tengo los pies tan deshechos? ¿Porqué me levanté con un capazo cubriéndome la cabeza? ¿Porque justo a la puerta del videoclub...?". Entonces empecé a inventarme una especie de rompecabezas. Recordé que cuando me levanté no veía nada, que el capazo me tapaba todo lo que tenía encima. Que estaba justo ahí, tumbada en el suelo y con los ojos tapados, enfrente de una tienda que regentaba un ciego. Divagué. Me apoye de la forma más horizontal que pude en el respaldo del sofá y suspiré. Necesitaba resolver un rompecabezas que no conseguía encontrar. Y lo irónico era, que realmente me estaba rompiendo la cabeza.

     Mi cabeza mantenía con mi subconsciente tantas conversaciones a la vez que parecía una olla a presión. Me agobié en casa, quería salir, tomar aire. Y ya que salía me quedé mirando la televisión rota la cogí y me la llevé conmigo. La tiré en el primer contenedor que me crucé. Me acordé de lo que estaba pensando la noche pasada, antes de salir. Que todo lo que me quedaba era un círculo en los cimientos de algo nuevo. Fui a ver que era eso nuevo. Cuando llegué el edificio ya estaba acabado. Había pasado mucho tiempo. En lo más alto de aquel edificio de unas tres plantas (si no me equivocaba) estaba el rótulo del edificio. Para mi sorpresa, cuando alcé la cabeza hacia arriba, algo me tapaba el rótulo. Mis zapatos. Estuve allí anoche. Me aparté un poco para poder leerlo bien. Era un centro privado de salud mental. Cabezota de mí entré, quería colocarme justo encima del círculo. Ahora había muchas más paredes y pasillos, era difícil llegar. Y justo cuando encontré la puerta que accedía al sitio exacto del círculo un hombre me detuvo. "Señorita, este centro todavía no está abierto para pacientes, empezamos la semana que viene, se habrá equivocado". Entonces cogió un trozo rectangular de cristal y lo atornilló a la puerta. "Zona de tecnoadicción". Le pregunté al hombre en que consistía aquello de la tecnoadicción. "Bueno, usted sabrá, está aquí, frente esta puerta". El hombre no me dejó entrar así que me fui. 

     Miré de nuevo mis zapatos colgados del cable y como una gilipollas di un salto para ver si los alcanzaba, cosa que era imposible a no ser que midiese cuatro metros de alto. Justo en eso momento salió el señor del centro y se me quedó mirando y dijo, "Ya sabes, abrimos la semana que viene". No me ofendió porque realmente parecía que necesitara ir aunque ahora no tuviese el pelo morado. Me puse a pensar en aquellas pandillas que allá por Nueva York colgaban sus zapatos en los cables para marcar su territorio. Menudo territorio había marcado pues. Seguí andando hasta el videoclub y me encontré con la señora de los muebles de mimbre hablando con el ciego. Se me quedó mirando, y él supongo que oliéndome, oyéndome. "¡Mira es Maia! ¡Ven!", exclamó la señora. El chico me saludó y yo no sabía que decir. Era extraño. "Álex al final ha decidido vender el local ya que no tiene a nadie que le ayude a llevar la tienda." La señora del mimbre me pegó un tiro en el pecho. Álex hizo una sonrisa de afirmación. Me saqué la maldita bala que me había echado la de los mimbres y así sin pensarlo grité que no. "Yo te ayudaré, puedo hacerlo. Esta vez podré." Y a las siete del día siguiente me encontré de nuevo dentro de aquel videoclub.


2 comentarios:

  1. Muy bueno, me recuerda un poco al estilo Murakami. Sigue con la escritura eres maravillosa.

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  2. Es verdad!!!!! Recuerda a Murakami y, ademas d ser maravillosa , es un disfrute leer lo q escribe!!!!
    Isabel

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